Existe ese lugar, aunque talvez sea solo una argucia y el espacio no sea otra cosa que eso, el vacío, pero siendo chicos ilusionábamos llegar allí, al final de nuestras vidas, convencidos que nuestro comportamiento sería siempre el adecuado a las normas y conductas preestablecidas para lograrlo.
Un ilusorio destino en el cual podríamos morar definitivamente después del ocaso de la vida terrenal, un regalo maravilloso donde gozaríamos de todo aquello que no hubiéramos logrado obtener cuando habitábamos la tierra.
Pero claro todo tendría un precio y solo algunos pocos privilegiados dotados de cierta bondad infinita y total sumisión a la causa, estarían en condiciones de gozar de esa eternidad.
Aun hoy y a mis años, conservo vívida en mi conciencia, la esperanza de ser favorecido también con esa promesa divina y me animo también a exponer mi prontuario que parece inmaculado.
Mientras tanto y muy de vez en cuando, observo el cielo e imagino mi morada allí, entre las nubes, en un sobrevuelo fugaz, de mi espíritu ahora liberado.